Comentarios Reales de los Incas (Inca Garcilaso de la Vega)
Sobre el autor El Inca Garcilaso de la Vega nació el 12 de abril de 1539 en el Cuzco(Perú) en el seno de una familia noble. Fue hijo de la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, y del conquistador español, capitán Sebastián Garcilaso de la Vega. Fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa, nombre que tiempo después cambiaría. Sobre la obra: Comentarios Reales de los Incas es un libro histórico-literario escrito por el peruano Inca Garcilaso de la Vega. Fue publicado el año de 1609, en Lisboa. Esta obra trata sobre las costumbres, tradiciones y la historia de los pobladores del antiguo Perú, en el periodo inca. Es la primera gran obra de la literatura peruana y una de las más importantes. Sobre el Capítulo XV: El origen de los Incas Reyes del Perú narra que un día Garcilaso le pregunta a un tío materno por cuestiones de la historia de los incas y otros temas, a lo cual y he ahí la nota curiosa- el tío accede orgullosa y amablemente a contarle la anécdota sobre el origen de los incas. Luego de esto, Garcilaso decide transcribir lo oído en quechua a sus escritos en castellano.
Comentarios Reales de los Incas Capítulo XV: El origen de los Incas Reyes del Perú (Fragmento)
Me pareció que para dar cuenta del origen y principio de los Incas, Reyes naturales del Perú,el camino más fácil era contar lo que muchas veces escuché a mi madre, a sus hermanos, tíos y a otros acerca de ellos. Es así que, cuando vivía mi madre en su patria, el Cuzco, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes que escaparon de las crueldades y tiranías de Atahuallpa. En sus conversaciones más ordinarias, trataban del origen de sus Reyes, de la majestad de ellos, de la grandeza de su Imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían. Lloraban a sus Reyes muertos, sometido su Imperio y acabado su gobierno. Estas y otras pláticas parecidas tenían en sus visitas los Incas y Pallas, siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: “Pasamos de reyes a vasallos”. Durante estas pláticas yo escuchaba todo porque entraba y salía muchas veces de donde estaban ellos.
Cuando tenía dieciséis o diecisiete años, le dije al más anciano de ellos: Inca, tío, si ustedes no tienen escritura, que es lo que guarda la memoria de las cosas pasadas, ¿qué sabes del origen y principio de nuestros Reyes? Porque los españoles y las otras naciones tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus Reyes hasta saben cuántos mil de años que Dios creó el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Pero ustedes, que carecen de ellos, ¿qué memoria tienen de la antigüedad?, ¿quién fue el primero de nuestros Incas?, ¿cómo se llamó?, ¿qué origen tuvo su linaje?, ¿de qué manera empezó a reinar?, ¿con qué gente y armas conquistó este gran Imperio?, ¿qué origen tuvieron nuestras hazañas?
El Inca, alegrándose de haber oído las preguntas, se volvió a mí y me dijo: —Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas y guardarlas en el corazón (en la memoria). Sabrás que en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves era unos montes grandes, y la gente en aquellos tiempos vivía como animales brutos, sin religión ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrirse, porque no sabían labrar algodón ni lana para vestirse; vivían de dos en dos y de tres en tres, como en las cuevas y cavernas de la tierra. Comían, como bestias, yerbas del campo y raíces de árboles y carne humana. Cubrían sus carnes con hojas y cortezas de árboles y pieles de animales; otros andaban en cueros. En suma, vivían como venados y salvajinas, y aun con las mujeres no supieron tenerlas propias y conocidas. Dijo el Inca:
—Nuestro Padre el Sol, viendo a los hombres tales como te he dicho, se apiadó de ellos y envió del cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos para que los educaran en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol, para que lo adoren y tengan por su Dios y para que les dieran leyes y vivan como hombres en razón y urbanidad, para que habiten en casas y pueblos, supieran labrar las tierras, cultivar las plantas, criar los ganados y gozar de ellos y de los frutos de la tierra como hombres racionales y no como bestias.
Con esta orden y mandato, puso Nuestro Padre el Sol a estos dos hijos suyos en el lago Titicaca, que está a ochenta leguas de aquí, y les dijo que fueran por donde quisieran y, que pararan a comer o a dormir, procurando hincar en el suelo una barrilla de oro que les dio para que, donde aquella barra se les hundiera con solo un golpe en tierra, allí quería el Sol Nuestro Padre que hicieran su pueblo. A lo último les dijo: “Cuando hayas reducido a esas gentes a nuestro servicio, los mantendrás en razón y justicia, con piedad, y mansedumbre, haciendo de padre piadoso para con sus hijos tiernos y amados, a imitación y semejanza mía, que a todo el mundo hago bien, que les doy mi luz y claridad para que vean y hagan sus haciendas y los caliento cuando hace frío y crío sus pastos, hago fructificar sus árboles y multiplico sus ganados, y tengo cuidado de dar una vuelta cada día al mundo por ver las necesidades que en la tierra se ofrecen, para socorrer como sustentador de la gente”.
También les dijo: “Quiero que ustedes imiten este ejemplo como hijos míos, enviados a la tierra sólo para beneficio de esos hombres, que viven como bestias. Y desde luego los nombro por Reyes y señores de toda la gente que así adoctrinen con sus buenas razones, obras y gobierno”. Después de declarar su voluntad a sus dos hijos, los despidió.
Ellos salieron del Titicaca y caminaron al norte y por todo el camino, que paraban, intentaban hincar la barra de oro y nunca se les hundió. Así entraron en una zona, que está a siete u ocho leguas de esta ciudad. De allí llegaron él y su mujer, nuestra Reina, a este valle del Cuzco, que entonces todo él estaba hecho montaña brava, donde se hundió sin ningún esfuerzo la barrilla. |
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